Estábamos por la zona y nos sugirieron ir a comer aquí. Desconozco si hubo algún cambio de propiedad o una dejadez en el negocio, pero ciertamente fue un gran error. Resumiendo, podría decir que lo mejor de la comida fue la botella de agua, presentada en un envase plástico, lo que significa para un menú de 19,90€ significa una gran vergüenza. Las instalaciones del local deprimentes, el salón comedor con escasa luz. Menú dictado por el camarero, donde los primeros eran todos a base de ensaladas y con segundos que, por norma, suelen ser primeros (arroz a la cubana, espaguetis, …) donde el producto congelado es la gran protagonista. Pedimos de primeros: La ensalada de la casa: plato pequeño con mézclum de bolsa y todos los ingredientes que la acompañaban en minimizadas y contadas porciones, aliñado justito (en la mesa dejaron monodosis de aceite y vinagre, pero que no invitaban a su consumo). Ensalada de tomate: plato pequeño, ración pequeña, tomate aceptable sin más. Pedimos de segundos: Bistec, con un acompañamiento de patatas fritas congeladas y tres tiritas pequeñas de pimiento, aceptable sin más. Pollo a la brasa, dos trocitos ridículos que desprendían bastante agua, acompañados de patatas fritas congeladas. Horrible. Postres, todos industriales excepto “fruta” que no llego a detallar. Botella de vino peleón. Café incluido, pero muy malo. Servicio amable. NADA ACONSEJABLE.
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