El edificio en sí desde fuera es una verdadera joya arquitectónica de lo que en su día fue la Euskadi rural. Por dentro, bueno, se ha tratado de darle un aire moderno intentando mantener los elementos más notorios del edificio, como lo son las vigas de madera. Pero por lo demás, el hotel no se diferencia de otros. Nosotros estuvimos en una habitación en el último piso, en el ático, y esto fue un error. Un lugar como es Euskadi no muy acostumbrado a los rigores del calor veraniego, no está preparado para luchar contra el calor, y además, si le añadimos que estábamos bajo directamente el tejado, pues el calor ya os podéis imaginar cual era. Y eso que había aire acondicionado, pero ni se notaba. Escuché a unos clientes hablar con la gente del hotel y éstos explicarles que debido al calor, el aire al final tardaba tanto en enfriar porque primero enfriaba el tejado... ¿? Inexplicable. Al final nos tocó dormir con las ventanas abiertas, y ¡Claro! Con el ruido del tráfico, incluso a altas horas de la madrugada, el pegar ojo fue cosa difícil. Otra de las grandes pegas del hotel es la presión del agua. Apenas podías lavarte los dientes si acababas de tirar de la cisterna. El desayuno bien; con esto del COVID-19, el comedor estaba cerrado, y al final la cafetería se usa también para el desayuno, y como no hay buffet, pides lo que vas a tomar y listo. En general, un hotel 4 estrellas que no considero que debiera ni tenerlas.
很好
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